Algunas copas traen inmutables recuerdos del pasado remoto en decenas de microsegundos. Cuando eso sucede, no hay nada que hacer. Un flechazo directo al corazón, se abre como un relámpago y golpea sin piedad la estructura inalámbrica de tu ser más profundo.
Al instante te encuentras robando un sorbo de la copa de tu padre en la comunión de un primo o aspirando el aroma de la Navidad de los lejanos años 70. De repente, recuerdas quién eres y sabes de dónde vienes. De repente, entiendes el poder de las reminiscencias que describía Platón y de las que, más tarde, reflexionaba Céline.
El poder de un vino icónico cuenta la historia de las gentes que lo elaboraron y la pasión de quienes lo amaron, quizás desde niños.
