Cuando subo al Balcón de La Rioja y contemplo el panorama, como desde un avión imposible, me siento privilegiada y conmovida por ese pedazo de nuestro hermoso planeta azul.
Se trata de un paisaje fuertemente antropizado que ha ganado en belleza a lo largo de siglos, como una manta de almazuelas* que se extiende hacia el Oeste elevándose hacia la meseta castellana.
El paisaje es una obra colectiva, una historia narrada por capítulos que escribieron nuestros antepasados y supone un legado a preservar con responsabilidad.
La seña de identidad más visible de una región y de una forma de vida es el paisaje. Tenemos la suerte de vivir en un paraíso del viñedo, una forma de civilización mediterránea, que nos legaron los romanos.
Nuestras viñas se adaptan al terreno de las faldas de la Sierra Cantabria, a las pedregosas pendientes de Tudelillla o simplemente a las terrazas del Ebro, en forma de cascadas irregulares, verdes en verano y de una gama indescriptible durante el otoño.
Para entender nuestro paisaje se necesita intérprete, una mano genuina que desvele los secretos de la historia y que nos abra los ojos sobre la génesis del mundo.
Porque lo que realmente somos, es un paisaje histórico de belleza desproporcionada. Todos estos sentimientos que nos inundan desde una perspectiva tan simple, pero hermosa, como la del Balcón de La Rioja, nos hace reflexionar sobre lo impresionante de nuestra región y la necesidad de aprovechar y disfrutar de lo que tenemos y la naturaleza nos ofrece.
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